Según la novela de ciencia ficción de Theodore
Sturgeon, los cristales
aludidos tenían la
capacidad de convertir sus sueños en realidades
concretas. Así podían
“soñar” plantas, animales, personas, los que, si
bien “cobraban vida”,
carecían de existencia propia, en tanto eran el producto
de los sueños de dichos
cristales. Y quien lograra apoderarse de los mismos
obtenía un poder
absoluto, en la medida que consiguiera obligarlos a soñar
conforme a sus propios,
arbitrarios y omnipotentes deseos.
Los integrantes de una
sociedad en emergencia social crónica como la nuestra,
se sienten -la gran
mayoría- como los productos soñados por los cristales:
desposeídos de su propia
historia. Con la sensación de
que su singularidad se
va extinguiendo
irremediablemente: amenazada su identidad e intimados por
las presiones externas,
sólo les cabe la ilusión
de ser uno de los sobrevivientes
de la catástrofe (no por nada están a la
orden del día los llamados Desórdenes
de pánico, los Trastornos por estrés y las Depresiones por agotamiento
en
la práctica
psiquiátrica). En el intento de no percibir un profundo sentimiento
de indefensión, buscan
ahuyentar la locura a la que conduce la impotencia;
tratando de alejar del
modo que sea posible, la confusión en la que se ven
inmersos; incrementando
la tolerancia a la humillación hasta el límite de sus
posibilidades; evitando
-en fin- no tentarse con la muerte, fantaseado final de
todo sufrimiento
insoportable.
Es que, como dice uno de
los personajes de la novela mencionada, pareciera
“que el poder se mide por la
capacidad de infligir daño”; y el daño -que
duda cabe- provoca en
quien lo recibe, dolor y abatimiento.
La cultura
Humana, se entiende, da
cuenta del desarrollo alcanzado por los
hombres
para satisfacer sus
necesidades; como también, del grado de implementación de
la regulación de la
distribución y participación que una sociedad determinada
brinda a sus miembros.
Esto significa que cultura es un patrimonio del
conjunto por el modo en que
se produce, pero también en lo que
respecta
a su apropiación y uso.
Precisamente, esa
apropiación y uso son habitualmente objetos de una
manipulación “ilícita”;
lo cual posibilita el surgimiento de la impunidad, de la
injusticia, de la
desigualdad (me refiero a la desigualdad “forzada”, no a la que
deviene de las genuinas
diferencias entre los seres humanos).
“No hace falta decir -escribía, un tanto
ingenuamente, Sigmund Freud en
1927- que la cultura que deja
insatisfecho a un núcleo tan considerable
de sus partícipes y los
incita a la rebelión, no puede durar mucho tiempo
ni tampoco lo merece”, para explicar luego
que existen algunos modos de
evitarlo. Uno de ellos
es que dicha cultura sea asimilada -por quienes están
excluidos de sus
beneficios- como un valor propio. De modo tal que la exclusión,
la insatisfacción, la
marginación, sean vivenciados como una resultante
y por ende, como una
“contribución” a la sobrevivencia de la cultura misma.
Internalizado (metido
adentro) dicho mandato, todo es posible y a la vez, ineludible.
La realidad se torna
inmodificable; lo “ajeno” se hace “familiar”. Sólo
resta convencerse día a
día de que cada uno “vive” lo que le toca “en suerte
vivir”, lo que “se
merece”, sin otra alternativa. Es el destino.
Si los medios psicológicos de coerción no resultan eficaces
queda otra vía
de persuasión: la coerción física.
En síntesis: una cultura
puede ser usufructuada inapropiadamente a través
del control de las mentes y/o por el dominio de los cuerpos; es decir, vigilando
y/o castigando.
“QUE PENA ME DA SABER QUE
AL FINAL
DE ESTE AMOR YA NO QUEDA
NADA”
Lo dice Daniel Toro en
una de sus más hermosas canciones. Y así suele
ocurrir: con los amores
incumplidos, con las promesas desmentidas, con las
ilusiones perdidas, las
fantasías irrealizadas. Realmente, da mucha pena y también
mucha bronca. Pero tal
vez algo quede, tal vez no sea el final. Si quienes se
sienten “soñados” logran
despertar. Si los excluidos se anima a “des-excluirse”.
Si el olvido se trueca
en memoria (el olvido “inducido”, que nada tiene que ver
con el arte de olvidar
al que se refería Borges). Si se recupera la compasión y la
solidaridad. Si se
impide toda restricción al pleno ejercicio de la democracia.
Para poder ganar en
cordura, en autoestima, en creatividad, en salud mental.
Muchos van quedando en
el camino, otros siguen adelante. Muchos sienten
que les están robando el
futuro, que les están vaciando el alma. En la cruel
incertidumbre de no
poder planificar, de no tener satisfechas sus necesidades
básicas; sin
expectativas de progreso, luchando entre la resignación y el deseo
de una vida digna, sin
saber con qué cuentan, qué tienen ni lo que van a tener.
Entre tanto hay otros
que parece que lo que ya han perdido o no van a tener
nunca es: vergüenza.
Miguel Angel de Boer
Nota: dedico este artículo a
todos aquellos que como los Trabajadores de YPF o la Escuela de Arte han
brindado y siguen
brindando tanto a nuestra Cultura Patagónica. Pese a todo.
Texto Publicado en Diario El Patagónico a comienzos de los 90´y posteriormente en el libro " Desarraigo y Depresión en
Comodoro Rivadavia ( y otros textos)", en 3 Ediciones. La última en el año 2011.